“No larga el teléfono ni para ir al baño”. La frase, en realidad el grito de una mujer preocupada por su hija de 15, sintetiza lo que sienten muchos adultos sobre ese “vivir en las redes sociales”. Aunque no es oficialmente una enfermedad, en algunos adolescentes el excesivo consumo de internet, en general, y de redes sociales, en particular, cobra las características de una adicción. ¿Lo es?
Pasaron dos años desde que en 2021 Unicef publicó -en base a una encuesta a estudiantes de secundarias de España- su “Estudio sobre el impacto de la tecnología en la adolescencia”, donde advierte que “a pesar de que el uso problemático de internet (UPI) aún no es considerado una adicción por la Organización Mundial de la Salud (OMS), se está convirtiendo en un problema de salud pública”. Hoy hay quienes apuestan a que este problema (que se ganó su propia sigla: UPI) sea incluido en la próxima edición de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE), manual que, justamente, elabora la OMS.
En representación del mayor organismo de salud mundial, Liliana Urbina, consultora en salud mental, explicó que analizan la evidencia científica, y de esa manera incorporan o no las distintas problemáticas al CIE.
“La última versión (CIE-11), que entró en vigor el 1° de enero de 2022, incluyó el trastorno por uso de videojuegos”, ejemplificó. Sobre el uso excesivo de internet y las redes sociales, deslizó que es un tema en análisis «en función de la evidencia científica que se genere», pero no sugirió un plazo para ese abordaje, ya que la publicación del manual “no tiene una periodicidad definida”.
El estudio de Unicef señala que un tercio de los chicos encuestados padece UPI. Pasados dos años de ese reporte y cuando el uso de redes como TikTok está en auge, impresiona que ese tercio podría ser, ahora, algo mayor.
Preadolescentes en la suya
El consumo excesivo de redes no puede desligarse de las consecuencias que genera, pero tampoco de sus causas. Una de ellas atañe la edad de inicio de ese infatigable scrolleo de vidas ajenas. Según los cálculos de Unicef, arranca a los 10,96 años.
Marta Braschi, pediatra, toxicóloga del Hospital de Niños “Ricardo Gutiérrez” y del Dispositivo Pavlovsky, explicó que, como toda adicción que no es de sustancias sino “de tipo comportamental”, se produce una reacción a nivel cerebral; el aumento de una sustancia llamada dopamina, lo que genera una sensación de placer y de necesitar seguir con la actividad, aunque vaya en contra de los intereses personales de uno.
Preocupa en los preadolescentes, en especial si se apoya la hipótesis de que muchos son empujados al teléfono por la desatención de los adultos. “Creo que la pandemia nos llevó a esto, sin opción: estamos en una función parental distinta. Hoy, ambos padres trabajan y los pibes se quedan solos mucho más”, apuntó.
“A veces uno quiere descansar y precisás que el pibe te deje respirar. Hay que reeducar es a los padres, no tanto a los chicos”, interpeló Braschi.
Sobre esto, Roxana Morduchowicz, doctora en Comunicación por la Universidad de París, especialista en cultura juvenil y asesora en Ciudadanía Digital para la Unesco, destacó que el uso de redes sociales tiene su costado positivo («las redes contribuyen a la construcción de la personalidad e identidad de los adolescentes»), pero remarcó que “es central el diálogo, un diálogo que debe ser permanente».
Porque, interrogó, «les preguntamos a los chicos qué hicieron en la escuela, pero, ¿quién les pregunta ‘qué hiciste hoy en internet‘?”.
Redes sociales, un hábito antes de dormir
Unicef informa que el 94,8% de los chicos encuestados tiene celular con internet. No sorprende, como tampoco que el 98,5% tenga perfil propio en al menos una red social, que el 83,5% lo tenga en tres o más redes sociales y que, como se dijo, arranquen con esto antes de los 11 años.
Morduchowicz destacó que “si el chico está todo el día en las redes sociales y evita encuentros personales o todo contacto directo, hay un problema, como con cualquier exceso. Los padres deberían estar atentos al tiempo y, clave, que no haya pantallas en el cuarto, un hábito que aumenta el uso”.
De esto, Unicef da cifras: el 60% de los 50.000 alumnos encuestados se va a dormir con el celular en la pieza. Casi el 22% lo usa hasta pasada la medianoche y el 31,6% lo hace más de cinco horas por día, cuando la recomendación es no pasar las tres horas diarias.
Morduchowicz sabe que no es un consejo sencillo de aplicar, pero asegura que «hay que insistir con que a la noche pongan el teléfono a cargar fuera de la habitación«.
Salud mental y uso de redes sociales
Cuando los chicos están zambullidos en el teléfono, hay silencio en la casa, una paz engañosa, considerando que para Unicef los chicos con consumo excesivo de videojuegos o solo de internet (UPI) manifiestan cuadros de depresión que se pueden multiplicar por dos o tres respecto de las cifras esperables.
Lo de la dopamina y el placer perpetuado no puede desligarse de las sigilosas estrategias que desarrollan las plataformas de redes sociales para que dejar de scrollear, decir “basta”, sea un esfuerzo (vea con sus hijos el documental The Social Dilemma). Y como todo esto quizás se eleve a un problema de salud pública, se le consultó a referentes de Instagram si tenían el tema de la adicción a las redes en agenda.
Clarín habló con María Cristina Capelo, líder regional de Seguridad de Meta (empresa dueña de Facebook e Instagram), quien compartió una serie de guías y estudios donde asientan sus iniciativas de protección destinadas a los chicos desde 13 años, la edad “permitida” para tener cuenta en Instagram, barrera que muchos -con el aval de sus padres- evaden, algo que la empresa no ignora e intenta mitigar.
Meta usa un concepto tipo slogan corporativo que condensa uno de los temas que más les preocupa en cuanto al vínculo (tóxico) que pueden tener los chicos y las plataformas. Es “pressure to be perfect”, o «presión por ser perfectos».
Capelo explicó que es válida la preocupación por si las redes sociales son seguras, pero aclaró que “ninguna tecnología es segura o insegura en sí misma: el tema es el uso”.
“Tenemos consejos de asesores a nivel global que se dedican a trabajar con adolescentes y con niños, para entender esto que llamaste adicción. Ellos más bien hablan de desorden o uso problemático”, aclaró.
Qué dicen en Meta sobre el uso excesivo de Instagram
“La pregunta es qué características llevarían a tener un uso problemático. Impresiona que puede aplicar a cualquier tipo de contenido que consumas», dijo Capelo, y agregó: «Una de las cosas que sale en los mapeos que tenemos es que cualquier cosa que tenga que ver con la salud mental de una persona es multifactorial. Puede haber una patología, entornos familiares con mayor permisibilidad que otros, inseguridad previa… todo aporta”.
En este sentido, opinó, “es muy difícil decir ‘esto es causa de esto otro‘ porque el fenómeno es bien complejo”.
En resumen, aclaró que trabajan con especialistas en salud mental y que por ahora no ven un solo factor determinado ni una relación causal clara. Aseguró que cada vez que diseñan un producto, “pasa por chequeos enfocados en el concepto del ‘interés del menor’”.