El consumo de alcohol entre adolescentes ha experimentado un preocupante incremento, con una disminución notable en la edad de inicio. Actualmente, muchos jóvenes comienzan a beber alrededor de los 13 años, lo que ha llevado a un aumento en la aparición de afecciones graves como pancreatitis, hepatitis agudas y cirrosis en menores de 20 años.
Las “previas”, reuniones sociales antes de las salidas nocturnas, se han convertido en escenarios comunes para el consumo de bebidas de alta graduación alcohólica, como gin, vodka y ron. Este patrón de consumo intensivo en cortos períodos, conocido como “atracón de alcohol”, expone a los adolescentes a riesgos significativos para su salud física y mental.
Estudios recientes indican que el 77,1% de los adolescentes argentinos de 13 a 15 años consumió alcohol por primera vez antes de los 14 años. Además, siete de cada diez lograron adquirir bebidas alcohólicas pese a las restricciones legales vigentes. Este acceso temprano y frecuente al alcohol puede tener consecuencias duraderas en el desarrollo cerebral, que continúa hasta los 21 o 25 años.
Los efectos inmediatos del consumo excesivo de alcohol en adolescentes incluyen intoxicación aguda, episodios de pérdida de memoria (“blackouts”) y coma alcohólico. A largo plazo, el consumo habitual puede derivar en enfermedades hepáticas crónicas y trastornos neurológicos. Además, el alcohol puede actuar como puerta de entrada al consumo de otras sustancias y aumentar la probabilidad de conductas de riesgo.
Es fundamental que las familias, las instituciones educativas y la sociedad en general tomen conciencia de esta problemática y promuevan estrategias de prevención y educación que desalienten el consumo de alcohol en menores de edad. La implementación de políticas públicas efectivas y el fortalecimiento de las leyes existentes son esenciales para proteger la salud y el bienestar de las futuras generaciones.